He mirado a los ojos
del pez en territorios
diminutos. Ha conseguido
nadar tantas veces como
he parpadeado. A cada vuelta
parecía más seguro de su dominio.
Su única frontera era su propio
reflejo en el muro cristalino.
Vi en él su deseo de no perder
el rumbo del hábito infinito.
El mismo que lleva escrito
en sus ojos, aunque nadie
alcance su profundidad.