Te fuiste y

me quedé buscando

en el fondo de mi café.

Mirando a la cuchara

y a sus restos.

Un cinturón de espuma

terracota marcaba el minuto

cuando te levantaste.

La silla aún templada

con tu cicatriz.

Las risas volaban

hasta mi mesa.

Y el único ardor

era el del magma

rebosando mi taza

no el de tu mirada furiosa.

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