
Me llevé las manos
a la cara.
Fue un impulso
arrebatado
—como el relámpago
del tacto en mi piel.
Mis dedos buscaron,
velozmente,
Una sedosidad
de la que ahora carecían.
Aguijoneaban
mi cara
—penetrándola—
con unas púas
aún no diestras musicalmente.
Era ortigas
y algodón.
Travesera
y traviesa.
Gema Albornoz
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