Después de comer, el asfalto esperaba el dibujo de un nuevo tablero en el que jugar las horas de la tarde.
Cometas de polo flash, piezas improvisadas y chapas cobraban altura en la mano y fuerza en el impulso, para llegar un poco más lejos.
Los dedos manchados de tizne, tierra y Kikos Churruca. La sal barbacoa entre las yemas, la lengua dividiendo sabores.
El columpio siempre esperaba turno para llegar más alto.
Los Cheiw Junior de fresa y el ácido repartido entre el envoltorio y la punzada bajo los oídos.
Una afición rara, la de guardar las cometas, los juegos, los Kikos Churruca y los chicles en los bolsillos del pantalón, para sacarlos, años después, mientras miro la plazoleta vacía.