Aretha y la Guardiana de la Mirada al Pasado

Cat. Cocoparisienne. CC0 Public Domain.

Detrás de ella, una sombra se movía, sin esfuerzo alguno, con una bola blanca de hilo en la boca. Eleonora, la Guardiana de la Mirada al Pasado, corría— como era habitual en ella—los pasillos de su laberíntico habitáculo.
Ambas llegaron a una habitación con una isla de madera en el centro. Encima de la pulcra, y rojiza superficie de madera, una cesta de esparto llena de bolas de lana blancas, negras, blanca y negras y grises.
—Aretha, ¡ayúdame, por favor! Tráeme el listado de visitas para hoy —nada más terminar de pronunciar estas palabras, Aretha, la felina que había acompañado a Eleonora desde el primer día en Estancia de Ayer y Hoy, su particular hogar y el lugar desde donde realizaba la tarea que jamás hubiese podido imaginar: organizar recuerdos. Leonora fue nombrada Guardiana de la Mirada al Pasado, en su vigésimo octavo cumpleaños.
—Leonora, cariño. Ya te he dicho que hoy es día en blanco, lo que quiere decir y ¡no me interrumpas!—soltó de un bufido Aretha levantando una de sus patas delanteras.
—Si hoy es un día en blanco, tendremos que organizar las recuérdolas para que no se nos acumule el trabajo para mañana— sentenció levantando el cesto de la isleta central y yendo a trote. Las recuérdolas iban saltando de la cesta y esparciéndose por el suelo a lo largo del pasillo. Aretha iba detrás, enganchando, una a una, las recuérdolas desparramadas e intentaba retomar el ritmo de su cuidadora, compañera y amiga.
—Parece que nunca te enseñaron a caminar, cariño. Leonora, te he dicho muchas veces que me haces dar tantas vueltas como minutos ahorras corriendo por los pasillos—bufó Aretha con cuidado de no soltar ningún hilo, ni tirar ninguna de las recuérdolas.
—Tanto cariño, ni cariño Aretha, estás hecha un vejestorio con ese vocabulario. Se nota que los años no pasan en balde por ti—se mofó Eleonora mirando de reojo a Aretha mientras continuaban su trayecto hasta la última habitación al fondo del pasillo.
Aretha detuvo sus pasos y la miró desafiante. Posó sus muslos y patas traseras en el suelo, durante unos instantes, con sus patas delanteras imponentemente rectas y lomo erguido y pecho henchido. Volvió a fijar su mirada en Eleonora manteniendo su pose de Cleopatra, mostrando su belleza, y con la maravillosa juventud que reflejaban sus pupilas verdes. Cuando observó que Leonora paró en seco, esbozó una sonrisa y continuó su camino, tras haberse alzado con la conquista de esta pequeña batalla entre las dos.
El día siguiente sería uno de los días complicados, tendrían compradores y vendedores de recuerdos.
Estaría bien que un día normal nadie hiciese cola en ninguna de las dos puertas. —pensó Eleonora— Una de ellas, azul, con un cartel que pone VENTAS, y otra puerta verde, con un cartel con las letras COMPRAS. Cada día se alineaban, cientos y cientos de personas, a uno y otro lado, para hacer sus transacciones. Eleonora colocaba la cesta a la entrada de la habitación y con la mirada hacía un barrido alrededor.
Una habitación, muy parecida a una biblioteca con miles de ejemplares incrustados en la pared, bicolor en matices blanco y negro, la recibía.
—Aretha, estas de aquí no están clasificadas para mañana —dijo Eleonora con un puñado de bolas de recuerdos, recuérdolas como ellas las habían bautizado, en las manos.
—Mientras tú miras la lista para mañana, me encargaré de ellas. —ronroneó suavemente Aretha. Esa fracción de segundo fue suficiente para que Aretha galopase como una estrella fugaz por toda la habitación, yendo y volviendo, escrudiñando las recuérdolas una a una, y poniéndolas en cajoneras diferentes de las estanterías acopladas en las paredes de la habitación. No lo hacía de forma frenética, al contrario, su elegancia y destreza no tenían comparación con las de su amiga Leonora, ni tampoco con las de cualquier gato. Aretha, era una mascota especial y espacial. Cayó de noche, de una estrella fugaz en una galaxia lejana, Leonora decidió acogerla con ella, en su nuevo hogar. El encuentro tuvo lugar el mismo día de su incorporación a su nuevo hogar y su nueva misión.
—Al principio escocía — pensó Leonora, dentro y fuera — ver los ojos de la gente que venía a comprar o vender recuerdos. —Había gente que quería nuevos, les había dicho que para eso estaban hechas las recuérdolas blancas. Eran nuevas, como un papel aún sin escribir. O quienes preferían recuperarlos, para ellos las recuérdolas serían grises, recuerdos a medio escribir. Pero, antes de ir a comprarlos, era aconsejable hacer cola durante tres días, en la puerta del lado, para vender algunos recuerdos, dejando espacio para los nuevos. En la puerta azul, miles de personas se alineaban, al principio, arrepentidas o heridas de los recuerdos que tenían. Quienes se dirigían ahí, iban a venderlos para borrarlos del todo, y entonces, se guardaba en una recuérdola negra, y también había quien vendía recuerdos gastados, de tanto recordarlos, y rememorarlos, se formaba un hilo blanco y negro, y la recuérdola era bicolor. En ocasiones, no tenían por qué esperar turnos en ambas puertas, había quienes querían una cosa u otra. Y eso es lo que obtenían después de la espera y una condición que no podían saltarse, llevar algo muy valioso y que fuese su medio de pago en la transacción. Todas las cosas debían tener un valor sentimental superior al ochenta por ciento, tenían un peso, en el que se colocaban los objetos antes de realizar el cambio. Si el sentilómetro no indicaba más de ochenta, las personas se iban con las manos vacías.
—Es bueno hacer el recordatorio, Aretha refrescar en la mente contigo todas las instrucciones nos han servido para familiarizarnos una con la otra, también a nivel telepático.

La primera persona de la mañana está esperando en la puerta azul—anunció Aretha.
—Gracias, Aretha, hazla pasar. —hizo saber Leonora con una voz indemne, señal de que sentía en la piel que el trabajo comenzaba y no era hora de torpeza, ni de prisas.
—Hola Guardiana de la Mirada al Pasado — dijo una chica morena de pelo largo y castaño, sonriendo ampliamente.
—Leonora, esta chica estaba esperando en la puerta azul, quiere recuperar sus recuerdos —maulló Aretha mirando primero a Leonora y después dando un golpe de vista a la primera compradora de recuerdos de la mañana.
—¿Has traído algo? —dijo Leonora —acércate al sentilómetro y pon el objeto que sea en él — Leonora estaba nerviosa, era la primera vez, después de mucho tiempo, que le ocurría esto, buscaba en la mirada de Aretha, su complicidad y su seguridad, para evitar que su voz temblase.
—Sí, he traído este anillo — era un anillo formado por múltiples aros galácticos. Antes de ponerlo en el sentilómetro, Leonora se levantó temblorosa de la silla y se lo quitó de la mano gritando.
—¡Lo siento! No puedes vender este objeto, no cumple los requisitos, así que no podrás comprar ningún recuerdo, ni podrás recuperar ninguno de ellos. ¡Puedes acompañarla a la salida, Aretha!

 

 

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