
Gotas de sudor
se alineaban en la frente
esperando el disparo para la salida.
No había asientos alrededor.
Tampoco en los extremos.
Una ceja se posicionaba
inclinándose.
Ayudándose en el impulso
y acompañando a mi frecuencia cardíaca.
Me senté en la piedra
que antes puso la zancadilla.
Me quedé en ella,
durante un rato.
Los instantes que necesité
para secarme el sudor,
cambiar el gesto
y mirar alrededor.
Había embarcado en un viaje
para perderme en su inmensidad,
para volver a encontrarme.
Gema Albornoz
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