Ante el abrazo
de la rosa,
la mano se corona
de espinas.
Un manto de pétalos
cubre la cama
en la que despierto,
cada mañana.
Arde al despertarme.
Arde al sol, ante todos,
aquella voz
—habla y adolece
mientras reina
en un espectáculo vacío.
Llora entrecortadamente
—solloza—
si no se torna aterciopelado
su llanto.
Ante el abrazo
de la rosa
y de esa mano coronada
de espinas.
Gema Albornoz
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