
El cauce mudó.
Una vida intercambió su lugar
por una pregunta escrita
en la siguiente página de un destino
sin desembocadura alguna.
El agua arriesgaba su vida
en cada tropiezo con el suelo
—de piel gruesa y burbujeante.
Salían de mí:
el cauce,
la vida
y el agua.
Escribía la ley
bajo el azul.
Alimentándome de la escena.
Robándome la vida,
el cauce,
el agua.
Celosa de sus secretos
—descuidados pasajeros míos.
Salían de mí.
Iniciando el sonido de las llamas
—mis hogueras fantasmas.
Construyendo los recovecos de huida
—escapatorias del pasado.
Dando las gracias
—allí donde nace el amor—
por haber visto el ojo que todo lo ve
y por tener mis tres comidas al día:
cauce, vida y agua.
Gema Albornoz
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