
Con Natalia Carbajosa. Fotos: Marcos Rodríguez
Las dos primeras presentaciones las hice en dos de los pueblos que más me han visto pasear, Aguilar, mi pueblo y Puente Genil, el pueblo que me ha adoptado en sus encuentros poéticos, con la Asociación Cultural Poética y Antonio Roa, a la cabeza. Allí, Natalia Carbajosa, quien ya había escrito en el epílogo del libro, me presentó entre los asistentes, amigos y compañeros del VIII Encuentro. Durante los días previos, Natalia y yo conversamos varias veces, profundizamos en algunas cuestiones y en mi propia historia personal. Cuando llegó el momento de la presentación, no hizo falta escuchar mucho para emocionarme.
A medida que iba pasando, la emoción subía a mi garganta. Quería hablar del número de cuidadoras en la provincia, de las cifras que me había facilitado Teresa Luque de ADL, de la visibilidad de la depencia, de los cuidados , de la referencia de un libro que descubrí gracias a la escritora y veterinaria cordobesa, María Sánchez, «Tiempos de cuidados» de Victoria Camps. Tantas y tantas personas con las que me cruzo por la calle que son dependientes acompañados, tantas personas que van a cuidar. Como si dibujasen un recorrido en el suelo, durante esa mañana, se me agolparon a quienes veo, por las calles y se me rompió la voz en más de una ocasión. Tras esa presentación, realicé la lectura de algunos poemas y Antonio Roa, compartió uno de ellos. Fue conmovedor cómo cuando se acercaban a que les firmara el ejemplar, cada uno me contaba sus experiencias, como Javier o Bernardita Maldonado. Mil gracias.
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Para muchos de vosotros, Gema Albornoz no necesita presentación. Sabéis que es poeta, periodista y profesora, y filóloga, inglesa de formación. También sabéis que ha sido durante mucho tiempo, con carnet que lo acredita cuidadora de su madre enferma, hoy, ya fallecida. Así lo confirma el siguiente poema de su libro Cielo de hojalata:
+CUIDADO
He recordado quién era:
un número en una tarjeta morada.
Al lado de mi nombre
se escribe «CUIDADORA».
Como una escama insípida
circula la palabra
por mi garganta.
Tu cama vacía.
Nadie mira las gotas.

Si bien esta condición que la realidad supuso a su día a día, durante 10 años, conforma el contenido del poemario de Cielo de hojalata, esto es, el acompañamiento activo por las fases de la enfermedad y la muerte, ello no justifica por sí mismo la valía del libro. La poesía, como cualquier manifestación artística, tiene que poder defenderse sola, con independencia de los motivos, emociones y reflexiones que la alumbraron.
Pero a la vez, y ahí reside su irresoluble contradicción, la poesía está en la vida, es una “fe de vida”, más fidedigna que cualquier documento oficial firmado ante un notario, incluso cuando miente (tal como nos enseña Pessoa cuando nos advierte: “El poeta es un fingidor” ).
Cuando perdemos a un ser querido, y más tras tanto años de acompañamiento en la enfermedad, de lucha y de renuncia, pasamos de uno de los actos humanos que mejor nos define como especie (el cuidado de los otros) a un vacío que, en realidad, supone una puerta hacia el cuidado de sí. Desde este umbral introspectivo se puede escribir, como desahogo, un diario, por ejemplo. Pero el poeta toma esas palabras de duelo y, con la contención de la técnica lingüística y la imaginación (No estoy seguro de nada, salvo de lo sagrado de los afectos del corazón y la verdad de la imaginación, en palabras de Keats), habita de pronto un lugar desde el que mirar al dolor con otros ojos: Gema Albornoz nos ha dibujado, incluso, el mapa imaginario que conduce a esa nueva perspectiva, como no podía ser de otra manera, desde lo alto, desde un cielo singular y personalísimo: (poema pg. 19).

Así pues, en Cielo de hojalata, la elegía suena a ritmo de juego, de inversión de roles entre madre e hija, de ese estadio en que las madres cuiden de sus hijos cuando estos son pequeños y vulnerables. Gema Albornoz rescata el tono, el léxico, y con ellos, la sensación de un mundo eterno o más bien atemporal, un refugio de palabras a salvo de lo inevitable, aún cuando, valga la paradoja, la inevitabilidad no se escatima en ningún momento relatada en toda su crudeza:
MUCUS
Romperá la tormenta.
El mucus taponará tu garganta,
provocando el efecto mariposa.
Una pared se despega,
se amplifica el ruido
de la ruina
y la superficie quedará
desolada caóticamente
por un doble péndulo.
Se balancea en un columpio
gobernado por la libertad de causa.
El esputo se despega y
se expulsa. Es recibido entre
algodones, en la buena fe de un
pañuelo y su mano.
Un río fluye por tu garganta,
arrastra los sedimentos que obstaculizan
la tarde de hoy.
En este presente extraño, como entre paréntesis, en el que las palabras conjuran la acechanza de la muerte, destacan en muchos poemas, así como en la dedicatoria, la imagen de las manos y su autonomía. Por el ejemplo en el poema Pinzas de cangrejo. «Tus manos aún sujetan/ el pan».
La importancia de las manos cuando todavía son capaces de realizar actos reconocibles (sujetar el pan), me hace pensar indefectiblemente en la novela La caverna de José Saramago. En ella, otra serie de gestos normalmente cotidianos (en este caso, los de un alfarero), son así descritos:
«Lo que los dedos siempre han hecho mejor es precisamente revelar lo oculto (…) Para que el cerebro de la cabeza supiese que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso, la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella (…) El cerebro se pierde perplejo (…) cuando intenta formar palabras que puedan servir de rótulos o dísticos explicativos de algo que toca lo inefable, de algo que roza lo indecible (…) que las manos y los dedos van creando y que probablemente nunca llegará a recibir su justo nombre”.
Saramago alude a una materialidad, a la vez, real y trascendida que, efectivamente, aflora en esta poesía de cuidado de G. A, entre jabones, cucharas, cremas, habitaciones, espacios urbanos insólitos y el olvido en la punta del ovillo que devanan las propias manos de su madre, Parca y sujeto del destino a la vez. Este es el material del que está hechas las personas de Cielo de hojalata.
Antes de dar paso a la poeta, quiera dedicarle aquí, públicamente, un poema de Ana Blandiana (esta escritora también pasó por esta pérdida hace unos años) que resume desde la poesía, por supuesto, esa inversión de roles madre-hija de la que hablaba anteriormente y que Gema conoce desde dentro como ha demostrado al escribir este hermoso libro lleno de sensibilidad:
DEBERÍAMOS
Deberíamos nacer ancianos,
Llegar sabios al mundo,
Capaces de decidir nuestro destino
Y de conocer los caminos que nacen del cruce original,
Y que fuera irresponsable solo el anhelo de caminar.
Después, deberíamos ser más y más jóvenes para llegar
Maduros y fuertes ante la puerta de la creación,
Cruzarla y entrar adolescentes al amor.
Deberíamos ser niños cuando nazcan nuestros hijos,
Para entonces serían más ancianos que nosotros,
Nos enseñarían a hablar, nos acunarían para dormirnos,
Y nosotros nos encogeríamos hasta desaparecer
Como una uva, un guisante, un grano de trigo.
(“Primera persona del plural”, Editorial Visor.)
De ese grano de trigo, Gema has amansado tú este libro que hoy es tu madre.
31 octubre 2021/ Biblioteca Ricardo Molina Puente Genil
VIII Encuentro de Poesía, Música y Plástica organizado por el Ayuntamiento de Puente Genil, Asociación Cultural Poética y Fundación Juan Rejano.
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