Imagino que puedo empezar
contando historias sobre ti.
De esas que hablarán por mí misma.
Como que sigues tomando café solo
y sin azúcar. Y continúas feliz de no perderte
en la amargura negruzca de la noche
o el primer sorbo antes de que cualquier constelación
aparezca en tu paladar. Dibujando un mapa.
Te delata la búsqueda del olor
de las aceitunas en las reuniones.
Y aceptas el sitio más cercano.
Y apuesto a que hallas el plato lleno
de diamantes verdosos griegos
para estrujar su oro sobre tu lengua.
Puede, incluso, que haya días en los que
ningún código funcione contigo. Excepto
la clave cambiante del color de tus ojos
cuando hay marejada entre las nubes.