Quise condenar a aquel
pedazo de trapo, a contener
mi olor durante unas cuantas horas.
Pasaron los puntos de tu persiana
como los solos de una guitarra.
Poco le faltó al pobre textil
para saltar y escapar de entre mis
brazos. Aprisionado lo mantenía
rozándome la piel. Tan cerca mío
que me pegó su frío.
Quise condenarlo
y me acabó castigando.