La mano sigue moviendo los hilos.
El corazón sigue empujando el latido
y vertiendo sangre de una vena en otra.
Está tan lleno de sangre, oxígeno y desechos que ocupa lugares que no le corresponde.
Entonces, imagino a un gato que se interpone entre tú y todo.
Se lía sobre sí mismo,
se arulla contra tu piel
y ramoneas las puntas
de tus vasos sanguíneos.
La sangre fluye espesa,
con vivacidad. En vistas
de prever el próximo movimiento
de tus dedos y para provocar
algún latido, por encima de tu ombligo.