Con una espiga y cientos de alfileres

«AQUÍ
a los que no ven el mar
se les reconoce
porque siempre
llevan
una espiga
clavada
en el pecho»
«Cuaderno de campo»
María Sánchez

Después de este tramo,
cientos de alfileres
martillean mi pecho.
Se han hundido en mí
—de cuatro en cuatro—
y han girado
—siguiendo al sol—
hasta atornillarse bien;
realizando una cuenta atrás
de diez segundos.
Esos segundos
en los que mis arterias
conocieron taquicardias
—colapsadas—
de cada pinchazo
y cada reminiscencia
—punzadas pasadas.
Atravesé corriendo
una era
sembrada de trigo.
Nada le importaba,
entonces,
a mi piel
las marcas,
ni los intentos de alcance
de ortigas varias.
Después de ese tramo,
salí con una espiga
en la mano
y cientos de alfileres
—girasoles—
en mi pecho.

Gema Albornoz

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P.D.: Hay unas plantas, por esta zona, y aunque no recuerdo si tienen flores, a las que les crecen unas «pequeñas lanzas». Cuando están secas, al clavarlas en la ropa, giran como un reloj. De pequeños, les llamábamos «relojes», deben ser de la familia del diente de león porque la superficie que pinchábamos en la ropa era parecida al pico de uno de ellos. Aún no sé el nombre, me gustó esa metáfora, pero aún más, atravesar esos recuerdos.

 

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