Escondite secreto de mis hadas

Hay sitios sagrados
—levantados con palabras—
a los que se llega
con juramento de amor
—y lealtad—entre manos,
con mente henchida y ligera como nube,
con el bastón de mando
—símbolo de autoridad.
Entonces,
me quedo en el silencio de la fotografía de Sharon Olds.
Cuando llega la hora,
creo que es momento:
Ahora
en esta hora inocente.

Pizarnik me acompaña
—en las mejores y en las peores.
Quiero ser su confidente,
su biógrafa,
su amante,
su psicoanalista, su loquera, su loca,
su jardín, sus fantasmas,
su cigarro, su humo,
su habitación, su soledad, su angustia
su diario.
Me hallo descalza.
Perdida en las imágenes de Alfonsa de la Torre
Buscando las riberas olorosas a clavo
donde crece el sándalo húmedo
y la albahaca refresca
la flora artificial de las gemas intactas
.
Me pierdo
en la quietud del cuarto de Emily Dickinson.
Allí encuentro mis sobresaltos,
cuento cambios en la respiración,
me uno a ella en una alteración
por algo que espero,
pacientemente.
Llaman,
vuelvo al desván que no tengo
—en el que me encontré a Virginia Woolf al hacerlo propio.
Vuelvo al escondite secreto de mis hadas.
Sitio sagrado —levantado con palabras.
Vuelvo allí.
Vuelvo.

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