Pierdo la cuenta de veces
que suenan sagradas las campanas,
las nubes y el alba.
Alguna vez, se desarman las lenguas afiladas
y cabalgan las almas concupiscibles del auriga.
Y tú insistes en la divina memoria de mañana.
Sufriste la pasada noche desbocada.
Celebra, con razón, un año nuevo,
prometedor de mil cruces de luna
y otras mil caras de sol.
Íntimamente ligados a la nueva senda
emparrada, situada entre tu cabeza y corazón.