Atormentado el día refleja el acero y el plomo extendido por el cielo.
El suelo hierve algodones en magmas de café.
Las palomas manifiestan su amor y besan el suelo.
Las flores se abren, plácidamente, en un arrullo y se bañan en el carmín de nubes.
El cura anuncia la mudez con un farol en la mano, mientras tañen las campanas.
El silencio se posará cuando la tormenta rompa.
Y no habrá tormento en el cielo, ni paz en la tierra.
Gema Albornoz

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