
Sofoqué la quemazón
incrustada en cada uno
de los recuerdos de ti.
Aprendí a echar de menos
y ya no duelen los sentimientos
Aunque arañe y agreda la ausencia
y ésta, sí hiera, profundamente.
Abre la herida
y la costra cae al suelo,
una vez más.
Supura ese líquido amarillento
—más parecido a hiel que a pus.
Paso el dedo desde la punta
de uno de mis cabellos hasta ella,
la limpio,
extendiéndola por la superficie que la rodea.
Formo una nueva capa,
enjuta de carnes,
de la que tirar
cuando saque uno de esos recuerdos con tu nombre.
Cuando vuelva a convencerme de cómo se siente
que ya no duela el echarte de menos
pero la ausencia insista dejarme tus uñas
marcadas en mi espalda.
Gema Albornoz
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