El canto cascabelea en la sala,
retumba un llanto errante que se fuga.
La pequeña ventana tan abierta
recibe a la inmensa luz, no se rinde.
El sofá acoge a unos pies colgados,
dejan una línea—río— en brazos.
Cuelgan del borde detalles hilados.
Componen la imagen; día bordado.
Sobre las sentencias de una rutina
se asientan los ilustres despertares.
No hay un solo espacio para el silencio
donde se ocupa lugar y presencia.
El canto restriega ansiado frescor
en el guión de sus horas inefables.
Gema Albornoz
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