Recorrer las calles
—antes pisoteadas.
Volver la vista
a su apertura ante mí,
como flor.
Cada una de ellas
es una mirada
—decidida y abisal—
en las que aventurarse.
Arrancar la pericia
con un guiño perenne.
Cualquier devaneo de pestañas
activa el funcionamiento
de ese órgano mío
a punto de detonar.
Acercarse a una primavera inagotable.
Allí donde hay entendimiento
entre la calidez y la lluvia
para que al final del día
florezca la juventud de un romance
frente al espejo.
Gema Albornoz
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