La pared se abre
cuando corres la cortina,
por la mañana.
El pájaro cantaor
se posa en tu lengua.
Dejando ahí,
las huellas jondas
de quien guarda su esencia
en gotas alcalinas de purpurina
—flotantes—
que no se agotan.
Dejan la atmósfera
manchada de litio.
El suelo se impregna
de su sal
y tu energía se dispersa
en la superficie.
Gema Albornoz
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