
Tener las respuestas correctas
para que se arriesguen
a hacer la pregunta.
Sin alzar la mano
y sin pausarse.
Señalar entre ellas
las diez interrogaciones
que siempre han rondado
por tu cabeza.
Lanzar las más interesantes
sorprendiendo como una bombeta
que al tirarla no explota
hasta pisarla.
Arrancar las capciosas
comprometiéndose
para que inclinen su balanza
hasta mí, tachando uno por uno,
los propósitos de mi lista.
Cargarlas de arbitrariedad
para que silben
cuando tenga la réplica
que esperas de mí.
Y que aún se arriesguen
a más.
Gema Albornoz
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