
Nada tenía que perder,
sentada en aquel banco
le daba apaciblemente
la espalda, al ocaso.
Nada era suyo,
nada había ganado.
Con su mirada fija en el cielo,
que pintaba, despejado.
Nada tocaba ese techo
que en su cerebro, había plantado.
Ninguna hoja caía
de aquel árbol del lado,
se erguía intolerante,
mirando a un pobre árbol,
Que aún de marrón teñía
sus declinados vástagos.
Desde el filito del banco,
con la mirada hacia arriba,
El paisaje iba cambiando a trozos
que un azul claro, los dividía.
Por un lado, todo verde,
todo pardo, por el otro.
Se abstraía curiosa
con aquellas ramas de ambos.
Unas, ya florecidas,
otras, lacias y marchitas.
Todo le hacía indicar
que la primavera había llegado,
rápidamente, al imponente,
pausadamente, al apático.
La misma primavera llega,
de igual forma, para todos,
unos la viven, sin freno,
otros, la viven, despacio.
Ella guardó una mustia hoja
y una verde, en las manos.
Nada era suyo,
nada había ganado,
sólo aquella reflexión
que ya estaba cargando.
Gema Albornoz


A veces es necesario detenernos y mirar todo lo que nos rodea. Poner los pies firmes en la tierra y observar qué hemos conseguido, qué ha sido de nuestra vida y por qué hemos tomado esa decisión y tal vez descansar mirando una sencilla hoja por la que ha pasado el tiempo hasta secarla.
Coger aire no es malo, es necesario para seguir, despojarse de las hojas yermas y avanzar.
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Así es…hay que tomar aire de vez en cuando, detenerse y mirar alrededor. En más de una ocasión, nos veremos descolocados de la escena en la que nos encontramos, y otras, en las que estamos justo donde debemos estar; rodeada de los que debemos rodearnos.
Un abrazo,
Redalmada
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