Corre el ámbar por el horizonte.
Siente la lavanda y buganvilla
en sus pies descalzos. Cierra los ojos
antes de pensar que el día acaba.
Lo siente en la piel. Lo escucha despedirse suave y paulatinamente.
No sensible a no ser protagonista
o a volver otra tarde más. Vuelve.
Vuelve para rodar ante mis ojos
un tono ambarino más claro.