Toda mi vida he intentado evitarlas
hasta que una noche, ella, me hiciera compañía.
No pude ofrecerle nada exquisito para comer,
pero apuró las calas sobre la mesa. Movía sus alas,
al entrar en trance. Le pedí que ensanchase su tórax
y sus manchas, para limpiar las mías. La confundí con
una mariposa, aunque ella delatara su afición a las sombras.
Cada noche, desde entonces, aparecen mis fantasmas,
cabalgando la habitación sobre ella. Le sigo agradeciendo
su compañía, aunque no tenga nada más que ofrecerle.
Gema Albornoz
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