El agua no tiene pulse firme,
besa el nácar y se deshace con él.
En cambio, yo he negado a dios y
si me alcanza la lluvia no salto endemoniada,
no huyo de su abrazo hasta arder.
Me siento sobre la sábana transparente
y mis dos perlas chocolate se balancean
infinitamente, hasta encontrar el temblor que
las agite; hasta encontrar el temor que las
despierte. El agua no tiene rumbo fijo. Viene
entre mis dedos. Llena mi planeta azul de nubes
blancas. Mi mano se balancea infinitamente, el
temblor sube por mi brazo y el temor despierta,
erizando cada milímetro de la piel de mi cuerpo.
Gema Albornoz

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