En la mesa ningún alimento
para sellar los labios.
Una botella de vino.
Habla de la inmortalidad
en voz baja,
lo suficientemente baja,
como para ignorarla.
El pescado asado echa raíces
buscando víveres.
Las ramas echan chispas
haciendo todo comestible.
El gato corretea al filo
de la chimenea en la que anidan los pájaros.
Mueven el caldero con sus alas. Cerca.
Remueven el destino y orden
de cada manjar en este banquete de sueño
en el que la realidad no está invertida
sino en su extrañez enigmática.
La salvación en otro lugar.
Otro lugar no este.
Gema Albornoz
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