Las primeras semanas de primavera,
el cazador sacaba punta a sus gafas de cerca.
Con ellas disparaba a todos los puntos de la pared,
pinchaba clavos con la goma, si lo veis ¡corred!
Tiraba dardos con los pelos, cuando se comía algún
caramelo. El buscador de mosquitos no tenía miedo
a nada, excepto a las picaduras de aquel insecto
chupasangres con alas.
Gema Albornoz

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