Sentirse como una veleta,
colocada en un lugar alto,
bien elevada, inalcanzable.
con perspectiva perfecta,
de todo lo que te rodea.
Mirar, girar, rotar, voltear,
para donde sople el viento
es para donde muevo mi cuerpo.
Sople fuerte o frágilmente,
sigo mirando, girando, rotando y volteando…
Unas veces, sopla al Sur,
con las vistas puestas a ayer,
veo todo lo vivido,
habido y por haber.
Paisajes inolvidables
que enmarcan cualquier recuerdo,
y mientras estudio ensimismada
algunos otros recuerdos,
en los fracasos curioseo…
Y una ráfaga de viento,
con garra y gran firmeza,
me gira unos 180 grados
de repente, me encuentro
ahora, miro al Norte.
Claro parece que se define
parte del horizonte,
menos cuando lo cubren
esas, nubes grises,
aquellos, turbados cielos
no se aprecian igual
hasta que un rayito del sol
atraviesa, y pinta, las nubes
grises, blancas y anaranjadas,
de mil maneras, coloreadas.
Ahora viene una brisa
que me desliza a la izquierda
sólo un cuarto de vuelta.
Mirando al oeste me hallo,
allí veo a quienes me acompañan
cada día, en mis rutinas.
Saben detalles cotidianos
que no ven otras gentes.
Quienes me miran así,
desde ese bendito lado,
me hacen sentir acompañada.
Una ventisca violenta
me hace voltear, en un instante,
ahora estoy mirando al Este,
¡ay, veleta estupefacta!
Me quedo mirando a ese lado,
allí están todos los sueños,
los si pudiera y quisiera…
abandonados,
y justo por encima de ellos
una luz destella constantemente.
Es el remate de arriba
el que siempre me acompaña
un sol que reparte destellos
de las manos de Dios,
ese que mira desde arriba,
pero dirige, con control,
cuando voy para algún lado,
voy a ciegas y de corazón
ya que no conozco los giros
que me quedan por dar,
y que doy…¡ay, Dios!
Gema Albornoz



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